DESTINO.
- Alex Juárez
- 8 jul 2019
- 13 Min. de lectura

Para poder definir DESTINO, se tiene que ser muy honesto, se tiene que hablar claro y sin tintes “proféticos”, que solo estimulan las emociones, y no alimentan el trabajo duro y la preparación continua.
Destino según su etimología (griego) es “destinare”, cuyo significado es apuntar o hacer puntería; mientras que la lengua española lo refiere como una fuerza inconmovible que determina lo que sucederá en el futuro.
Pero si quisiéramos definir destino según desde el punto de vista teológico, sería LA VIDA QUE RESULTA DE NUESTRA DECISIÓN DE SEGUIR A CRISTO, CUANDO ESTE SE NOS REVELA COMO SEÑOR Y SALVADOR.
Por otra parte tenemos “el éxito”, mismo que es comprendido por el ser humano como “tener más”, “ganar más”, “cumplir mis sueños”, etcétera; Sin embargo, para Dios el éxito no es el fin, sino algo que surge cuando vamos camino a nuestro Destino.
Dios nos creó, nos soltó en esta tierra, Adán y Eva fallaron, vino Dios y salvó el día. Este mismo ejemplo sigue a lo largo de la Biblia, y aunque a la distancia pareciera ser que el destino Dios lo ha marcado, también creo que Dios nos da múltiples opciones, es decir nos da una libre voluntad, porque en el supuesto que todo esté controlado por Dios, cada pensamiento o acto, sea bueno o malo, formaría parte de un plan o destino, y esto no es así.
Imagina esto. Un afroamericano que se acaba de entregar a Dios busca agradarle y hacer su voluntad y le pregunta a Dios a qué universidad debe ir. El piensa que esas cosas son parte del Plan de Dios para su vida, pero no entiende que si así lo fuera, entonces la esclavitud que llevó a los africanos al continente americano también hubiera sido parte del plan de Dios.
Si lo anterior fuera verdad, entonces a cualquier acto equivocado, pecaminoso o en su defecto contrario a la moral quedaría totalmente justificado porque “es el plan de Dios”, o bien, “es el destino de Dios para una persona en específico”, y este pensamiento nos lleva a una pasividad y a malinterpretar el sacrificio de Jesús en la cruz, en otras palabras a mal baratar la gracia.
Imaginemos que la vida es un telar. Cada hilo es distinto, y puede que sea una experiencia, palabras, motivaciones, pensamientos, qué se yo; cada parte de ti, lo que te rodea, y cada acción, forma parte de este telar.
Parte de entender el destino de Dios para cada uno de nosotros, inicia con una correcta percepción de quienes somos.
¿Te has quejado de tu físico?
Bienvenido al Club. Muchos no hubiéramos elegido para nosotros mismos el cuerpo, el rostro o los rasgos que tenemos. En realidad muchos quisieran librarse de su carga física. Ni siquiera los héroes de la fe se libraron de esto, Moisés es un ejemplo claro al decirle a Dios que no hablaba bien.
Como seres humanos experimentamos muchas limitaciones, sin embargo esto no ha sido impedimento para que hagamos obras increíbles, ¿cuanto más grandiosa es la obra de nuestro Padre celestial a medida que entreteje los hilos de nuestras vidas?
Uno de los logros más importantes en la vida es ser capaces de aceptar el milagro y la maravilla de nuestra propia persona, a pesar de nuestros defectos y confiar en aquel que nos creó. La esencia de lo que somos importa, tanto como a quien perteneces.
ACEPTAR Y CELEBRAR EL HILO DE QUIENES SOMOS TANTO EN LA PERSONALIDAD COMO EN NUESTRO FÍSICO ES EL PRIMER PASO PARA COMPRENDER EL DISEÑO DEL TELAR DE NUESTRA VIDA. NO SOMOS UN NÚMERO, NO SOMOS ESTADÍSTICA, DIOS NOS CONOCE POR NOMBRE Y CONOCE CADA ETAPA Y PROCESO AUNQUE ESTOS NO PAREZCAN ATRACTIVOS; AL FINAL TODO SALDRÁ A RELUCIR Y SERÁ HERMOSO.
El dolor y la angustia son ventanas de oro. Dios no solo es formador de nuestros corazones, Él nunca muestra su obra en términos abstractos, prefiere lo concreto, y esto significa que nuestros corazones se volverán duros, rotos, o tiernos y nadie se puede libras de esto.
Nuestros corazones, por medio de la desilusión se volverán duros, incluso insensibles; a veces, se quebrarán bajo el peso de la desilusión, o bien se ablandaran por las mismas cosas que enternecen el corazón de Dios.
David jamás tuvo una vida perfecta, ni siquiera vivió al estándar de un escogido de Dios; sin embargo, Dios podía llegar a él en medio de sus fracasos y tragedias porque tenía un corazón tierno. Esto nos indica que Dios, busca a las personas de corazón tierno para dejar su sello en ellas. Nuestras penas y desilusiones nos llevarán a enternecer nuestros corazones, y esto forma parte del diseño, pues darán forma a nuestros corazones y la manera en que sentimos la realidad.
Tus penas siempre te formarán; no hay otra manera. El autor de nuestra salvación se perfeccionó mediante el sufrimiento. (Hebreos 2:10).
Job fue perfecto, «un hombre recto e intachable» (Job 1:1) ¿cómo podía merecer esta descripción si todavía no había pasado por las pruebas necesarias para la perfección? Sin embargo, en su sabiduría, Dios permitió que la pérdida y la tragedia lo moldearan.
Por tanto, la perfección no solo radica en la esencia del carácter sino la culminación de un camino. Esto fue precisamente lo que Jesús dijo cuando exhortó a sus discípulos y a nosotros a ser «perfectos, así como su Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48).
Nunca podremos ser perfectos como Dios, pero Jesús demostró que la mejor manera de parecernos a Él haciendo Su voluntad aun cuando él parezca distante.
Habacuc le suplicó a Dios que le explicara por qué usaba un pueblo cruel e impío cómo los babilonios para imponer el castigo de la justicia de Dios a su propio pueblo. Pese a esto, esperó pacientemente que el Señor le respondiera y corrigiera su punto de vista. Solo si estamos dispuestos a elevar una oración sincera para que se haga la voluntad de Dios y a vivir la vida que Él tiene para nosotros, podremos ver el panorama grandioso que quiere que tengamos, y todo a través de las ventanas que ha puesto en nuestras vidas. No siempre podemos vivir en la cima de la montaña, pero cuando atravesemos los valles, el recuerdo de la montaña nos sostendrá y nos dará las fuerzas para seguir adelante.
Hay que comenzar a caminar. Después de dar el primer paso, debemos entrar en la carrera, y será necesario que observemos con cuidado las señales en el camino.
Lo que el cerebro es al cuerpo, la mente es al alma.
La mente no se limita a fragmentos de información sino que combina los contenidos dentro de un contexto previo de razones fácticas y morales. La mente no es un vacío, ésta procesa toda nueva información y la organiza según ciertos patrones. Cuando uno de estos patrones se fragmenta, decimos que la persona está «perdiendo la cabeza».
La fe pertenece al ámbito de la mente. Si no creemos que Dios tiene el dominio y que nos formó para un propósito, seremos náufragos en el turbulento mar de la falta de propósito, nos ahogaremos en las corrientes y flotaremos a la deriva en medio de la nada.
Noé. La Palabra nos da todos los detalles del arca, la altura, la anchura, el tipo de madera, es decir, un proyecto completo. Sin embargo, hay dos cosas que brillan por su ausencia, la vela y el timón; pensamos que si solo tuviéramos el control, todo estará bien; sin embargo, para Dios es necesario que en el diseño de la vida estemos dispuestos a confiar en algo más que en nosotros mismos, esto es, caminar por fe, lo que significa que debemos seguir a aquel que sabe mucho más que nosotros, y que además es bueno.
La fe es el agente que da origen a todo, el refugio seguro de la civilización. Está en el corazón de todas las negociaciones y relaciones mundiales.
La fe y la confianza son factores fundacionales de nuestro sistema. Es el ámbito donde impera la mente y de donde surge la confianza. Cuando la mente se niega a confiar la vida se torna difícil. Perder la fe es espantoso porque nos despoja de la esperanza e incluso amenaza el amor.
Si estuviera varado en una isla y pudiera tener solo un libro seguro sería «Guía práctica para la construcción de embarcaciones, ¡sin duda!
La Biblia no es un manual de vida, ni un instructivo de como vivir mientras estemos aquí en la tierra, la Biblia se trata de la edificación de nuestras vidas. Nos enseña que el timón y la vela están bajo el control de Dios y que navegaremos en alta mar entendiendo que debemos confiar en Él, pero sin fe todo esto no es posible.
Ahora, si no tenemos fe, correremos repetidos riesgos y le echaremos la culpa a Dios, o al diablo, por cada evento que sucede alrededor de nuestra libre voluntad; después de todo, una vida de confianza simple es una vida de bendición que ve más allá de cualquier impedimento a través de la mente entregada al camino de Dios.
Hay que dar un paso más. Debemos ir a la cruz.
En las ciudades y pueblos de Sudamérica a menudo se pueden ver enormes estatuas de Jesucristo sobre las colinas más altas (por ejemplo, la estatua del «Cristo Redentor» en Río de Janeiro, Brasil). Estos monumentos se erigen por dos razones: para «protección» desde un lugar elevado, y porque Cristo puede ver más allá de las alturas como nadie más.
Por eso, debemos observar el dolor del mundo a través de los ojos de Jesús, el que mejor comprende que no es solo un mundo de dolor sino de quebranto y separación. En la soledad de la reflexión, el corazón y la mente se unen para pensar en la cruz.
El amor de Dios nos muestra que solo Él puede ser el puente que une esa separación entre Él y nosotros para que podamos ver este mundo desde un solo lugar, desde la cruz. Si no lo entendemos de esta manera, todos los hilos de la obra maestra que están siendo tejidos por el artesano se deshilacharán.
Filipenses 3:10-11.
«Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos». De este modo Pablo observó el patrón de Dios para ser un instrumento de consuelo para los afligidos.
Pablo conoció a Jesús de forma diferente. Todos los demás discípulos siguieron la secuencia más lógica: de la cruz a la resurrección. Pablo siguió el camino contrario: de la resurrección a la cruz.
La resurrección fue una manifestación del poder de Dios, pero la cruz parecía una señal de debilidad. Dios le pidió a Pablo, en efecto, que hiciera el recorrido inverso, porque sin la cruz no hay resurrección. Por eso, Pablo hizo de la cruz el centro de su mensaje. Por esto, el hilo más importante para comprender las desilusiones y los fracasos es que nuestro corazón y mente, mediten y entiendan el verdadero significado de la cruz. Solo así, podremos ser amoldados a esa realidad y no en base a falsas utopías. No hay un diseño ni buenas noticias sin la cruz. En eso consiste el mensaje del evangelio.
Todos deseamos ser el número uno.
Sería bueno que todos pudiéramos ser los mejores, pero esto no es ni posible ni realista. Alguien tiene que ocupar el segundo lugar, y el tercero, y el cuarto, y así sucesivamente. Esto no nos convierte en fracasados.
En un ejército no todos pueden ser generales. Por desdicha, el empeño por ser el primero a menudo es lo que a la larga nos destruye. Esto no alcanza para satisfacer nuestras vidas. Es una historia que se repite una y otra vez.
Los triunfos y el estrellato no necesariamente conducen a la felicidad. Ser el mejor en realidad va más lejos; ser el mejor significa saber qué es lo que Dios quiere para nuestras vidas y servirle desde ese lugar haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos a la mano. La meta entonces es descubrir los hilos que Dios tiene preparados para nosotros y seguir el plan no el plano.
Alcanzar una meta y sentirnos realizados no es necesariamente lo mismo. Por tal motivo, es muy posible encontrarle sentido a la vida sin sobresalir.
Destacar no siempre va acompañado de la realización. Para algunos, encontrar su vocación va acompañado del éxito, pero casi siempre se consigue después de muchos fracasos. Y a veces, reconocer nuestro verdadero llamado nos lleva toda la vida.
El llamado, es simplemente la manera en que Dios da forma a una carga que ha depositado en nosotros y que nos invita a servirle en el lugar y conforme al propósito que tiene para cada uno.
Encontrar nuestro lugar en el servicio a Cristo (no a una institución) es clave para reconocer los hilos diseñados para cada uno de nosotros. Permitirá tener esa sensación de que el diseño está hecho a la medida de cada uno y nos brindará la seguridad de saber que usamos nuestros dones y nuestra libre voluntad para los fines de Dios y no los propios.
La Biblia establece con claridad cuál es el punto de partida para esto.
Siempre que alguien desempeñó un papel de liderazgo en la Biblia, notamos con qué esmero Dios describe el carácter y la visión de la persona que cumplió con la tarea que le fue dada: «Hizo lo que agrada al SEÑOR» (2 Reyes 14:3; 15:3,34); «Hizo lo que ofende al SEÑOR» (2 Reyes 13:2,11; 14:24). Estas frases bastan para resumir años y años de vida.
El llamado puede que no sea atractivo, pero impulsará nuestras almas de manera inevitable a pesar del costo elevado que tal vez implique llevarlo a cabo. A esto solemos llamarlo «el llamado de Dios».
Sí, es Él quien nos llama; pero hay algo más. El propósito vital de Dios es ubicarnos en la vida y darnos la vocación y el contexto de nuestro llamado para servirle con el compromiso absoluto de que hagamos bien lo que nos encomendó.
Dios entrenó a Moisés en un palacio, para usarlo en un desierto, y entrenó a José en un desierto para usarlo en un palacio.
Algunos tenemos que deambular por senderos tortuosos, mientras que otros avanzaremos por rutas bien pavimentadas producto de un nacimiento lleno de privilegios o rodeados de amigos con influencias; otros más llegaremos luego de desvíos o después de encontrarnos con señales claras, grandes y luminosas.
Descubrir nuestro destino es uno de los retos más grandes de la vida, en especial cuando tenemos un abanico de dones diversos.
Cómo Dios me llama?
Éxodo 3:12.
«Y te voy a dar una señal de que soy yo quien te envía: Cuando hayas sacado de Egipto a mi pueblo»
Dios confirma su llamado conforme asentimos con la cabeza. Si pudiéramos ver el diseño final con anterioridad, nos encontraríamos actuando sobre la base del interés propio y, para entonces, ¿quién tendría necesidad de tener fe? Es por eso que Dios a menudo refuerza nuestra fe después de que confiamos en Él, no antes.
Dios puede llamarnos con métodos lentos y reconfortantes pero también de manera dramática. El reto verdadero está en reflexionar cómo aceptamos la manera soberana en que Dios obra y cómo respondemos a ello.
El andar cristiano no es un viaje a ciegas que comienza con la conversión y termina en el cielo mientras hacemos tiempo en el medio.
La senda del cristiano implica estos tres ámbitos de la vida: el espiritual, el práctico y el lógico, que, a propósito, no son mutuamente excluyentes. Dios es un ser inmensamente práctico que también nos guía con la razón y la sabiduría. Los hilos de nuestras esperanzas, sueños y llamado se entretejen espiritual, práctica e intelectualmente.
En Zacarías 9:10, encontramos que el profeta refiere que el pueblo de Dios es como “las joyas de una corona”. Y en diferentes pasajes nos habla que quienes son probados y sufren de aflicción serán refinados como el oro.
Por otro lado nos encontramos que Jesús afirma que el reino es semejante a una perla de gran valor. Todo esto y otras referencias al valor que Dios da a Su Reino y a su pueblo, es precisamente lo que buscamos “una vida y un destino”, pero no cualquier vida y no cualquier destino, sino que estos no pierdan su valor con el tiempo y no que no se devaluan durante el viaje. En otras palabras que las distracciones cotidianas de este mundo no los manchen.
Así como el diamante, Dios cortará nuestras vidas, que dicho sea de paso Él mismo salvó, únicamente para Su propósito. También Dios impondrá una carga nueva, para así renovar nuestro corazón, y dará un propósito nuevo para reafirmar nuestro llamado. Es así como Dios forma en nosotros algo que entendemos como vocación y esta dura toda la vida, hasta llegar a la plena realización preciada de haber servido bien a Dios.
TODO LLAMADO QUE HONRE EL PROPÓSITO DE DIOS PARA LA VIDA EN GENERAL SERÁ SAGRADO. El problema es que en la espera y la desesperación nuestra vista se nubla.
No te confundas, hay un llamado general. Dios nos ha llamado Real Sacerdocio, con todo lo que esto implica, y nos ha dado a cada uno de nosotros el ministerio de la reconciliación.
Luego viene el llamado particular. Recordemos que en momentos específicos en la historia Dios levantó a gente específica con un llamado trascendental, y es aquí donde nos desanimamos en la búsqueda de nuestro llamado y en llegar a nuestro destino. Esto surge de la presión constante de ser ministros de Dios con micrófono y plataforma, impuesta de manera involuntaria (en la mayoría de los casos) por las iglesias al levantar a predicadores y pastores como los únicos a quienes Dios se revela, y esto no es así, Dios habla a todo aquel que esté dispuesto a escuchar.
Retomando; las desilusiones, nuestras características, y todo lo que nos rodea forma parte del diseño de Dios para nuestras vidas, lo lógico es pensar que también nuestro llamado, pero en lugar de fijarnos en esto, nos fijamos solamente en quienes queremos llegar a ser (el producto final) y no en cada detalle de nuestra formación, sin entender que Dios se encarga primero de las generalidades que constituirán el trasfondo de mi llamado, y posteriormente Él revelará los detalles del mismo, partiendo de la base del llamado general de cada creyente, es decir, entender la descripción primaria de Dios de quién y qué somos, pues todos los demás elogios que la gente desee hacernos, serán secundarios ante la esencia primigenia del ser llamados Hijos de Dios.
Nuestra dedicación al llamado de Dios y a ser sus Hijos es la base de todo lo que realmente importa.
1 Cor 3:16-17, 6:19; 2 Cor 6:16; Efesios 2:21-22. Hablan de los adornos del templo.
Los colores, las piedras preciosas, el oro y las decoraciones son accesorios a la razón del templo, pero el templo existe para ser el lugar donde Dios habita. Ese es el punto de partida para llegar a nuestro destino.
Saber que soy templo de Dios es conocer que todo nuestro ser es una expresión sagrada. Dicho de otro modo, si soy médico, ¿podría tomar decisiones que destruyan la vida? Si tengo una editorial, ¿podría distribuir contenidos contrarios a la moral y a la Biblia? Si soy un deportista, ¿podría hacer trampa? Si trabajo en el ministerio, ¿podría usar métodos manipuladores para conseguir mi sustento o un mayor número de miembros en la congregación?
La respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no. Por eso, el fin nunca justifica los medios, estos deben justificarse por sí solos.
Es difícil vivir como cristiano, porque a menudo nos sentimos tentados a comprometer nuestros valores fundamentales con el objetivo de conseguir un fin, y tratándose de nuestro llamado, nuestra vocación y nuestro destino, somos capaces de lo que sea.
En una sociedad repleta de filtros y caretas digitales, es esencial saber que no hay mayor privilegio que ser llamados hijos de Dios, siendo esto la base de todo lo demás.
Juan 1:12
“Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de ser llamados hijos de Dios.”
Alex Juárez.
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