UNA FE FUNCIONAL.
- Alex Juárez
- 15 ago 2019
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 16 ago 2019
Han escuchado el término “functional fitness”? El ejercicio funcional se caracteriza por la adaptabilidad de su aplicación; consiste en un entrenamiento personal efectivo, en el que los ejercicios se adaptan a las necesidades personales orientado a mejorar las funciones diarias y a aumentar la calidad de vida de quienes lo practican.
No se trata de la literalidad de la Biblia, sino de todo lo que aprendemos de ella, el problema es que no lo ejercitamos en nuestras vidas. Un solo versículo puesto en práctica producirá una fe fuerte y funcional. ¿Realmente creemos lo que leemos? Es probable que no.
Desde mi perspectiva existen dos clases de fe. La primera es una fe que evalúa el sistema y regula la fe de los demás, tal y como los fariseos lo harían; juzgamos la fe de otros, sea por pedir cosas materiales o por creer en algo que suena ridículo; es decir, una fe rigurosa y un tanto religiosa.
La segunda es la fe que nos hace creer en Dios, pero no creerle a Dios. Y es que la fe no es un sistema, ni una formula y mucho menos es un sentimiento o emoción.
El evangelio según Marcos, en su capítulo 9, ilustra la siguiente escena:
“Cuando volvieron a los discípulos, vieron una gran multitud que les rodeaba, y a unos escribas que discutían con ellos. Enseguida, cuando toda la multitud vio a Jesús, quedó sorprendida, y corriendo hacia Él, le saludaban. Y Él les preguntó: ¿Qué discutís con ellos? Y uno de la multitud le respondió: Maestro, te traje a mi hijo que tiene un espíritu mudo, y siempre que se apodera de él, lo derriba, y echa espumarajos, cruje los dientes y se va consumiendo. Y dije a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron. Respondiéndoles Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? ¡Traédmelo! Y se lo trajeron. Y cuando el espíritu vio a Jesús, al instante sacudió con violencia al muchacho, y éste, cayendo a tierra, se revolcaba echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él respondió: Desde su niñez. Y muchas veces lo ha echado en el fuego y también en el agua para destruirlo. Pero si tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos. Jesús le dijo: "¿Cómo si tú puedes?" Todas las cosas son posibles para el que cree. 24Al instante el padre del muchacho gritó y dijo: Creo; ayúdame en mi incredulidad.”
(Marcos 9:14-29)
La pregunta que surge de este pasaje es ésta: ¿el padre del joven cree o no cree? Este escenario nos muestra que podemos vivir llenos de fe, pero también llenos de incredulidad, porque la fe al final de día está fuera de todo control, porque si en nuestros propios medios podemos resolver nuestra situación, entonces no necesitamos fe. Teniendo esto en cuenta, surge otra situación, porque a veces nuestra fe se derrumba cuando no recibimos lo que esperamos, o bien, cuando pasa demasiado tiempo para recibir lo que creemos que Dios nos ha prometido; esto es así porque a veces, vamos a Dios con expectativas forjadas en base a nuestras emociones y aparentes necesidades; sin embargo, solo Dios sabe lo que es mejor para cada uno y lo que verdaderamente necesitamos, en la temporada en la que nos encontramos.
En el mismo evangelio de Mateo, pero en el capítulo 8, encontramos a un centurión romano que se acerca a Jesús, y lo que destaca de este pasaje es que por obvias razones este hombre de milicia no pertenece al llamado “pueblo de Dios”:
“Y cuando entró Jesús en Capernaúm se le acercó un centurión suplicándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, sufriendo mucho. Y Jesús le dijo: Yo iré y lo sanaré. Pero el centurión respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; mas solamente di la palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y digo a éste: "Ve", y va; y al otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace. Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en Israel no he hallado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces Jesús dijo al centurión: Vete; así como has creído, te sea hecho. Y el criado fue sanado en esa misma hora.”
(Mateo 8:5-13)
Aquí encontramos como Jesús señala que aquellos que crecieron únicamente bajo la enseñanza de la llamada “palabra de Dios”, pero no tuvieron fe, serán echados fuera del Reino, y esto es así, porque al final sin fe es imposible agradar a Dios, pues es por medio de la misma que somos justificados y salvos. Esto nos debe enseñar que la letra por sí sola no tiene ninguna importancia. Recitar la Biblia sin fe no sirve absolutamente de nada, pues la misma sin entendimiento y aplicación no ayudará a nuestra incredulidad; es el constante aprendizaje y aplicación lo que hace que nuestra fe vaya en aumento.
En el capítulo 3 de Marcos tenemos un ejemplo más:
“Otra vez entró Jesús en una sinagoga; y había allí un hombre que tenía una mano seca. Y le observaban para ver si lo sanaba en el día de reposo, para poder acusarle. Y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte aquí en medio. Entonces les dijo: ¿Es lícito en el día de reposo hacer bien o hacer mal, salvar una vida o matar? Pero ellos guardaban silencio. Y mirándolos en torno con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y su mano quedó sana.”
(Marcos 3:1-5)
¿Que es peor, una mano seca o dureza en el corazón? Así es como Jesús confronta a los fariseos, haciéndoles saber su condición haciéndoles ver lo mal que está su sistema basado en méritos.
Por otro lado, existe otro gran mal que nos asecha en la cabeza, y es que existe la creencia de que los grandes jamás dudan, pero la Biblia nos muestra lo contrario en el evangelio según Lucas, capítulo 11:
“Aconteció poco después que Jesús fue a una ciudad llamada Naín; y sus discípulos iban con El acompañados por una gran multitud. Y cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, he aquí, sacaban fuera a un muerto, hijo único de su madre, y ella era viuda; y un grupo numeroso de la ciudad estaba con ella. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: Joven, a ti te digo: ¡Levántate! El que había muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros, y: Dios ha visitado a su pueblo. Y este dicho que se decía de El, se divulgó por toda Judea y por toda la región circunvecina.
Entonces los discípulos de Juan le informaron de todas estas cosas. Y llamando Juan a dos de sus discípulos, los envió al Señor, diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Cuando los hombres llegaron a Él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, diciendo: "¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?" En esa misma hora curó a muchos de enfermedades y aflicciones, y malos espíritus, y a muchos ciegos les dio la vista. Y respondiendo El, les dijo: Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio. Y bienaventurado es el que no se escandaliza de mí.”
(Lucas 7:11-23)
Sí, tal y como lo leíste la fe falla en los más grandes, y si falló en Juan el Bautista quien fue “la voz que clamó en el desierto”, que garantía tenemos de que esto no nos suceda?
Es posible que Juan haya pensado “Si este es el Mesías, ¿por qué no me libera de esta prisión? Pero si analizamos esta escena de manera correcta, podemos ver que Juan no estaba enfocado en Jesús. Cuando nuestra fe no está enfocada en El perdemos la perspectiva de las cosas, y es por ello que, cuando no obtenemos lo que queremos, nos frustramos y nos olvidamos que “sus planes son planes para lo bueno y no para lo malo, para darnos un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11-14).
Aunque Juan dudó, Jesús en ningún momento lo juzgó.
Otro problema son los milagros, pues estos como simples milagros nunca acreditaron a Jesús como el Mesías, y siempre existió una duda natural de si esos milagros eran hechos por Dios o por satanás. Una duda basada incluso en lo dicho por el profeta Isaías, y por lo cual era necesario que Jesús cumpliera con la misma:
Isaías 29:18 y 19
18En aquel día, los sordos oirán cuando se lean las palabras de un libro y los ciegos verán a través de la neblina y la oscuridad. 19Los humildes se llenarán de una alegría nueva de parte del Señor; los pobres se alegrarán en el Santo de Israel.
Isaías 35:4-6
4Digan a los de corazón temeroso: «Sean fuertes y no teman, porque su Dios viene para destruir a sus enemigos; viene para salvarlos». 5Y cuando él venga, abrirá los ojos de los ciegos y destapará los oídos de los sordos. 6El cojo saltará como un ciervo, y los que no pueden hablar ¡cantarán de alegría! Brotarán manantiales en el desierto y corrientes regarán la tierra baldía.
Esto fue así, porque desde el antiguo testamento se sabía que vendrían falsos profetas y que ellos también harían algunas "señales" o "milagros". Lo curioso es que esto sigue vigente hoy en día al ver milagros hechos por cosas u entidades totalmente ajenas a Dios.
Volviendo al punto de la fe, hago la siguiente pregunta, será que nos acercamos a Dios como un médico o un banco, o nos acercamos a Él como nuestro Padre?
La fe es algo que se desarrolla, incluso con lo más pequeño o insignificante, y también con las cosas posibles e imposibles.
Constantemente somos guiados por nuestros sentidos, lo cual es natural, pero ser guiados en la fe es una cosa totalmente distinta. Porque con los sentidos percibimos lo evidente y lo tangible, pero con la fe creemos y confiamos en que Dios traerá convicción de aquello que no se ve, y es esta la confianza que debemos de tener, pues no se basa en lo que vamos a obtener o en lo que queremos, y mucho menos en lo que declaramos o decretamos (spoiler alert: hablaré de esto en la siguiente entrega) porque ese no es el fin que habla la Biblia.
La Biblia nos dice que el fin que esperamos es la vida eterna donde no hay dolor ni enfermedad, y la decepción viene, como lo dije antes, cuando nuestras esperanzas están en los milagros pero no en aquel de quien provienen los milagros. El mismo Pablo lo dijo de una mejor manera “morir es ganancia”.
Debemos confiar en la soberanía de Dios, pero si nuestra fe depende de que veamos resultados, es cuestión de tiempo para que nos decepcionemos.
Hace tiempo noté a un joven en silla de ruedas cuya asistencia en la iglesia era constante, y no es que este joven fuera paralitico, sino que una enfermedad lo tenía tan mal, que caminar le era imposible. Siempre animado y expectante, y en medio de esta repetida escena me pregunté “será que viene por un milagro?”. Descubrí que no era así, pues a pesar de la oración constante por su salud, este joven murió. Este joven iba a la iglesia no para buscar un milagro sobre su salud, sino buscando al Dios soberano que puede hacer el milagro; y esto hizo una total diferencia en mi vida.
Una fe "funcional", es aquella que responde incluso cuando el cuerpo no está sano, o cuando la situación no es favorable; se activa cuando no conocemos el porvenir y lo único que vemos es oscuridad; es aquella que no se rinde y siempre empuja incluso en sentido contrario de todo lo demás. Nuestra fe no puede estar volteando solamente a ver resultados o situaciones, la fe jamás podrá garantizar lo que queremos, pues antes que todo impera la soberanía y voluntad de Dios, y es esto en lo que debemos descansar.
La fe nos debe permitir ver que por gracia, ni principados, ni potestades, ni lo alto, ni lo profundo, ni el porvenir podrán separarnos de la misericordia y el amor de Dios quien tiene control absoluto de todo lo que sucede y es bueno.
Caminemos por fe y jamás por vista:
Salmo 121:1-7
Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. No permitirá que tu pie resbale; no se adormecerá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel. El Señor es tu guardador; el Señor es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te herirá de día, ni la luna de noche. El Señor te protegerá de todo mal; El guardará tu alma. 8El Señor guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.”
La fe debe de permitirnos poder permanecer firmes ante el fracaso, y con la claridad que el mismo es pasajero, y al mismo tiempo llevarnos de la derrota a la victoria, y de la tristeza al gozo. El orden de funcionamiento de la fe es diferente.
¿Se acuerdan del hombre de la mano seca? Jesús le pide a este hombre hacer algo que físicamente no puede, estirar su mano. La fe nos lleva a hacer algo que jamás hemos hecho, y es necesario que esto suceda para llevarnos al punto donde deberemos reconocer que no podemos en nuestras fuerzas y que no somos capaces de lograrlo.
Es fácil esconder nuestras fallas, dificultades, deficiencias, malos hábitos, y demás cosas que tan agradables, del mismo modo en que este hombre escondió su mano. Pero Dios lo llevó a sacar aquello que estaba seco y enfermos, aquello que no estaba bien, y de algún modo la fe puesta en Jesús hace lo mismo, es decir, a responder confiando en que en Jesús tenemos todo lo que necesitamos, y que Él sanará y restaurará todo aquello que no esté bien en nuestra vida.
La fe producirá en nosotros una expectativa correcta de recibir las promesas que la Biblia dice que podemos recibir, no un milagro en sí, y esto solo sucede cuando la fe se ejercita a través de la adversidad y la debilidad, después de todo un músculo se fortalece cuando hay un peso o una fuerza en sentido contrario; es decir, una fe funcional, se fortalece ante la desesperanza, porque nuestra esperanza está que en Jesús.
La fe no consiste en que Dios quite las tormentas; la fe nos sostiene en la tormenta “como el ancla de un barco, que lo mantiene firme y quieto en el mismo lugar”, pero a la vez nos hace navegar en medio de la tempestad, sabiendo de que en Él, no importando el resultado vamos a llegar a puerto seguro.
“Dios le hizo a Abraham esta promesa: «Yo te bendeciré mucho, y haré que tengas muchos descendientes.» Cuando Dios le juró a Abraham que cumpliría esta promesa, tuvo que jurar por sí mismo, porque no tenía a nadie más grande por quien jurar. Abraham esperó con paciencia, y Dios cumplió su promesa. Cuando alguien jura, usa el nombre de alguien más importante, para ponerlo por testigo. Por eso, cuando Dios quiso asegurar que cumpliría su promesa, juró que daría lo prometido sin cambiar nada. Ahora bien, como Dios no miente, su promesa y su juramento no pueden cambiar. Esto nos consuela, porque nosotros queremos que Dios nos proteja, y confiamos en que él nos dará lo prometido. Esta confianza nos da plena seguridad; es como el ancla de un barco, que lo mantiene firme y quieto en el mismo lugar. Y esta confianza nos la da Jesucristo, que traspasó la cortina del templo de Dios en el cielo, y entró al lugar más sagrado.”
(Hebreos 6:13-19)
-ALEX JUÁREZ.-

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